A LO PARIS HILTON

Mi propuesta de reina que busca la paz mundial es muy sencilla: vámonos a rumbear y dejemos de meterle cabeza a eso que nos atormenta hasta el lunes. De meterle cabeza a eso, sí, eso que se le acaba de pasar por la mente: entiéndase como el bizcocho, el parcial, la plata que se gastó en bobadas o el kilo que se engordó. 

Olvidémonos de esa necesidad posmoderna de que complicar todo lo que nos gusta da algo de placer o simplemente nos hace felices,porque no somos piscinas olímpicas y no tenemos que jugar a hacernos los profundos. Por ejemplo, yo lo digo sin miedo: mi súper poder es rumbear, por más superficial y banal que eso suene. ¿O qué esperaban?, ¿que dijera que me apasiona factorizar? 

La verdad no sé si fue producto de Epicúreo y su filosofía del placer o la ética aristotélica en su afanada búsqueda por la felicidad del hombre, pero lo que sí sé es que mi cosa favorita en el mundo es el perreo, y aunque mi vida no es un capítulo de Jersey Shore, no puedo evitar rendirle culto a lo pagano.

PORQUE ES UNA OPORTUNIDAD PERFECTA PARA DEJAR DE CREERSE STEPHEN HAWKING Y PARAR DE BUSCAR RESPUESTA A CUALQUIER MISTERIO DE LA NATURALEZA.

La Congregación de Bendecidas y Afortunadas tenía razón: lo que no te mata te hace más fuerte, por eso yo después de rumbear me despierto más filantrópica y dulce que la madre Teresa de Calcuta. Al final, la perreología no es más que una de las terapias de sanación más importantes del mundo, igual que el yoga, el reiki o la meditación.

Y es que rumbear siempre involucra algo de drama, y eso a mí y a mi corazón de quinceañera adicta a las telenovelas mexicanas nos encanta, pues abre la posibilidad de reencontrarse con algún ex para mostrarle que Greeicy tenía razón en eso de “no me mataste y sí me hiciste más fuerte”; encontrar un nuevo amor e incluso ejercitarse porque el perreo es una actividad cardiovascular y sobretodo salir de la rutina, dejar de pensar en cuánto necesitamos para el final y todas esas cosas. 

Porque es una oportunidad perfecta para dejar de creerse Stephen Hawking y parar de buscar respuesta a cualquier misterio de la naturaleza, a si el bizcocho llamó o no, la preocupación de me comí mil chocolates y voy a subir mil kilos, el trabajo que debería entregar el lunes y no he empezado, con qué voy a pagar la tarjeta y todas esas cosas.

Eso es lo que amo de rumbear, porque a pesar del ruido logro concentrarme realmente en mí, además de compartir con la gente que quiero y así al otro día amanezca con un tacón tirado en el piso y el otro en un extremo del cuarto, mi mamá preguntando cosas que en realidad le haría mejor no saber y un montón de fotos feas y borrosas en el celular.

Cuando finalmente me miro al espejo con el delineador corrido y el peinado de la noche anterior en modo león, no puedo evitar sentirme increíblemente sexy, radiante y feliz porque la mujer que está ahí es fuerte, independiente y además lo celebra sin temoral “¿será qué baile como una grilla?”, “¿estuvo mal si me bese con…?”. Porque sin importar lo que haya pasado, lo hizo por ella misma y lo disfrutó.

Ese es el punto: sentirse dueño de uno mismo y no arrepentirse de nada, aceptar que lo que nos hace felices nos debe gustar a nosotros y no a los demás, y que eso no nos convierte en egoístas, pero más que nada es entender que eso no significa que esté mal, así que dejemos atrás ese orden extraño de prioridades traído por el siglo XXI, el consumo acelerado, la presión de los likes, el patriarcado y no nos compliquemos más la vida, vivamos rumbeando, vivamos a lo Paris Hilton.

LA ILUSTRACIÓN DE ESTE TEXTO FUE HECHA POR @BLU.BOI

@sussierave castro
susanaravec@gmail.com

CEO de las cosas rosadas y brillantes

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